SERMÓN PRONUNCIADO EN LA IGLESIA MATRIZ DE
CATAMARCA EL 9 DE JULIO DE 1853, CON MOTIVO DE
LA JURA DE LA CONSTITUCIÓN NACIONAL
CATAMARCA EL 9 DE JULIO DE 1853, CON MOTIVO DE
Por Fray Mamerto Esquiu:
Laetamur de gloria vestra. (1)
El carácter prominente del Universo es revelar su
Autor y sus perfecciones. A la primera ojeada se siente la presencia de Dios,
cuyos inefables atributos vienen revelándose con más claridad, a medida que
subimos desde lo bajo hasta lo alto de la escala de los seres, hasta esa
sustancia (2) que con el pensamiento y la libertad resume
admirablemente el Universo entero, sus fenómenos y sus leyes. Pero el reflejo
Divino se presenta con una solemnidad que sorprende, cuando consideramos la
sociedad, la grande y sublime humanidad que arrancando su existencia de abismos
impenetrables, hinchiendo continentes e islas, y depositaria de la vida, de las
tradiciones y de las ciencias, camina con todos los siglos a ese porvenir tan
fecundo en misterios y en esperanzas. Aunque unas naciones aparezcan y se
destruyan, éstas se conserven, otras rejuvenezcan, aquéllas bamboleen y todas se mezclen, se separen, se choquen,
se dominen, crúcense de un polo a otro polo, unas se lancen como la noche, como
la tempestad, otras como la aurora como la fecunda lluvia, la luz
ilumine las tinieblas, las tinieblas ahoguen la luz; sin embargo, el conjunto
es admirable; siéntese una mano que contiene el principio y el fin, que
encierra el uno y el otro abismo, por un modo admirable lucen en ella la
inmensidad de Dios, su Providencia, su Justicia, su Soberanía infinita.Dios se
mece sobre los hombres, como el sol centellea sobre los planetas. ¡Por esto es
sublime la sociedad ¡Por esto es grande! ¡Por eso se exalta, palpita nuestro
corazón cuando sentimos la vida de las naciones!. Por esto la Religión y la Patria tienen idénticos
intereses, nacen de un mismo principio, caminan cada una por vías peculiares a
un mismo fin, y la una y la otra con sus pies en la tierra, y asidas de sus manos con eterno amor,
campean sus cabezas en el horizonte de lo infinito.
¿Veis un pueblo, señores? Está encadenado a lo
infinito: ha nacido y se conserva bajo de esa condición: un individuo rompe a
su placer ese lazo sublime; pero los pueblos no, los pueblos no son ateos, ni
racionalistas, ni indiferentes; estos sistemas son abismos donde súbitamente desaparecieran entre el
estrépito del hierro y de la conflagración;
el individuo formula atrevidamente un pensamiento sobre las ruinas de la
verdad que puede él devastar y se conservará, merced a la brevedad de su
existencia, y a lo diminuto de su ser,
pero la vasta combinación de un pueblo se desorganizaría en el momento
de suplantar un error a la verdad, un sistema a la tradición: en él todo es
grande: verdades grandes, intereses grandes; actividad inmensa.
¡Argentinos! Es por esto, que al encontraros en la
solemne situación de un pueblo que se incorporá, que se pone de pie, para entrar dignamente en
el gran cuadro de las naciones, la
Religión os felicita, y como ministro suyo os vengo a saludar
en el día más grande y célebre con el doble grandor de lo pasado y de lo
presente, en el día en que se reúne la majestad del tiempo con el halago de las
esperanzas.
Con sus felicitaciones, os traigo también sus
verdades. Cuando cesáis de ser vaporosos y fugitivos, todo es grave y solemne;
cuando entráis en un camino de verdad, todas las realidades deben concurrir y
desaparecer utopías y vanas peroratas. Más feliz y mejor avisado que los que
siempre os quieren hallar en 1810, me cabe la suerte de admiraros en el nueve
de julio de mil ochocientos cincuenta y
tres. Yo no haré más que
reflectar (3) sobre
vosotros los rayos de gloria y principalmente las verdades que arroja este día
sublime y magnífico.
¡Rey de los siglos! ¡Tipo eterno y soberano de los
pueblos! Antes que me prosterne a los hombres, me humillo ante vos. Antes que
bendiga vuestras obras e imagen, bendigo y adoro vuestro ser infinito e
inmutable. Os invoco sobre la Nación Argentina , y sobre mi corazón y mi lengua
para que sean fieles a vuestra verdad. Recibíd mis votos y mis plegarias por
medio de María Santísima a quien saludamos.
AVE MARÍA
He dicho, señores, que mi propósito es fundar las
glorias de mi patria en los acontecimientos que se abrazan en el 9 de julio, y
enunciar aquellas verdades que dicen relación al bien de ella: ni seria lo que
debo ser como sacerdote y como patriota, si sólo me ocupara en perorar sobre la
justicia de la independencia, sobre el heroísmo de sus defensores, en
contemplar eternamente el sol de mayo, y lanzarme fascinado en ese idealismo
poético. Basta de palabras que no han salvado a la patria. Aplaudo, felicito,
me postro ante los héroes de la independencia; cantaré vuestras glorias,
tributo mi admiración a la nobleza de los argentinos; pero también señalaré sus
llagas, apartando los ricos envoltorios que encubren vuestra degradación. Se
trata, señores, de edificar la República Argentina , y la Religión os envía el don
de sus verdades.
Al considerar esta República de mi eterno amor hallo
que su principio, su carácter, su gloria, su felicidad, sus desgracias, sus bienes
y sus males, todo se cifra todo se concreta y se explica en la palabra
independencia. Llamo vuestra atención sobre este objeto, que yo así como lo
acepto con el más ardiente entusiasmo, lo califico como el origen de nuestros
males, acaso de nuestra ruina final.
La independencia de la antigua metrópoli, el
sacudimiento de ese yugo que era por desgracia el cimiento del orden y el
hierro de los tiranos, esa libertad que ha resonado en los campos de batalla, y
se ha mecido sobre las reuniones populares, que ha sido hasta aquí el eterno y
único emblema de nuestra vida social, es preciso reconocerla como el árbol del
bien y del mal, como una aureola, pero aureola de fuego que ha secado,
calcinado la cabeza que orlaba. ¿Por qué nosotros, que ahora cuarenta años
teníamos la bondad y sencillez de un niño, con el valor de un adulto, hemos
sido por casi medio siglo la presa de todas las pasiones políticas, el campo de
todos los partidos, un teatro vasto de guerra y de desolación? ¿Por qué hemos
mimado los tiranos que se señorearon de nosotros provincial y nacionalmente?
Entrad con toda la luz de vuestra inteligencia en los laberintos de este
problema, y no hallaréis más causa que la independencia. Ella rompió es verdad, el lazo que nos unía al
usurpador; pero también engendró la desunión entre nosotros; y esa sola ruptura
con su triste consecuencia fue nuestro estado normal, la ensalzamos sobre la
patria misma, sobre todo gobierno y buenas costumbres, y nos lanzamos con el
ardor de las fieras al combate del egoísmo individual: ¡la libertad seca y
descarnada como un esqueleto, ha sido nuestro idolo, en sus aras hemos hecho
hecatombes humanas! La paz, la riqueza, el progreso y casi toda esperanza le
hemos llevado en don: el espectro lo pulverizó todo... ¡Monstruo! ¡en vano pretendo arrancarte de mi memoria! ¡en
vano quiero reemplazar tu horrible imagen con la aparición halagueña y dulce de
la esperanza! ¡Oigo el gemido de tus víctimas! ¡el humo de la sangre enrojece
el horizonte! ¡Veo los niños, los ancianos, las mujeres caer hacinados con los
guerreros bajo tú hacha desoladora, bajo tu espantosa podadera ¡desesperado y
lleno de coraje pretendes conservar él último altar, que no cubre el augusto
Templo de la Ley ,
de la noble dependencia! ¡Maldición eterna sobre tí!
¡Que la patria reclame sus propiedades usurpadas,
que levante del polvo su sien augusta, que posea su gobierno, sus leyes, su
nacionalidad! esto es santo, esto es sublime: y la independencia y la libertad
de un conquistador que oprimiera estos eternos e incuestionables derechos, son
justas; la Religión
las ha proclamado, las ha ungido con el óleo sagrado de su palabra, y ha
entonado himnos después de los triunfos de la patria.
¡Que el individuo, el ciudadano no sea absorbido por
la sociedad, que ante ella se presente vestido de su dignidad y derechos
personales; que éstos queden libres de la sumisión a cualquier autoridad!; esto
es igualmente equitativo: y el carácter prominente de los pueblos civilizados
es esta noble figura, que no ofrece el cuadro de la civilización antigua, y que
nos trajo la Religión
con su doctrina, y el ejemplo de los fieles, que inmóviles resistían el impulso
tiránico de los gobiernos, de las leyes, de las preocupaciones del mundo
entero.
He aquí, señores, en esta doble
independencia, la única verdadera libertad, la que es el fundamento de las
naciones y elemento de que viven: la preciosa libertad que apenas conoce
nuestra patria, y cuya existencia está insinuada teóricamente en dos actos, el
de su sanción el año de 1816, y el de su fórmula en 1853, nuestros
padres, de pie, con la mano en el corazón, y sus ojos en el cielo, la juraron, y se convocaron para
el día siguiente a cumplir su juramento. ¡Dios Santo! ¡Treinta y siete años,
como treinta y siete siglos han sido ese dia!
Enjuguemos las lágrimas, y
alejando nuestra vista de lo pasado, tendámosla por el porvenir de la gloria
nacional que el 9 de julio ha creado en
su doble acontecimiento. La libertad sola, la independencia pura no ofrecían más
que choque, disolución, nada; pero cuando los pueblos, pasado el vértigo
consiguiente a una transformación inmensa, sosegada la efervescencia de mil
intereses encontrados y excitados por un hombre de la providencia, se aúnan y
levantan sobre su cabeza el libro de la
Ley , y vienen todos trayendo el don de sus fuerzas, e
inmolando una parte de sus libertades individuales, entonces existe una
creación magnífica que rebosa vida, fuerza, gloria y prosperidad: entonces la
vista se espacia hasta las profundidades de un lejano porvenir.
Tal es el valor de la acta de nuestros padres
reunidos en Tucumán, y de su complemento, la Constitución hoy
promulgada y jurada. ¡Descansen ellos rodeados de gloria! ¡Gratitud eterna al
amigo fiel de la patria! ¡Urquiza, ilustre ciudadano! ¡Tu nación te debe la
vida!
¡La vida, señores! Porque las naciones no la tienen
en la demarcación de un territorio, ni
en un cierto número de individuos encerrados en ese espacio. Será todo esto los
primeros elementos de que se forman; pero así como el filósofo antiguo no veía
en su negro caos que contenía, en horrible movimiento las moléculas
eternas, nada del pasmoso universo, nada de ese gran libro que encierra
todas las ciencias: del mismo modo, señores, por más que tracéis una línea que
naciendo en el cabo del continente americano,
corra sobre las nieves de los
Andes, atraviese con el trópico, y baje
con las aguas del Plata y del Océano hasta las escarchas del Polo; por más que
señaléis los puntos poblados de este suelo querido; aunque descorráis el tiempo
y me mostréis la historia de un pueblo que
gimiendo trescientos años bajo las cadenas del conquistador, en un día solemne las sacudió tan reciamente que se
pulverizaron en más de mil leguas; aunque mentéis los nombres venerandos de San Martín, de
Belgrano, todavía señores, si este pueblo no ha correspondido a sus
principios, si no ha tenido leyes, si
sus formas de gobierno son las de la
revolución, si sus miembros eran arrebatados por el huracán del capricho
y de la arbitrariedad, si ese tiempo y ese espacio sólo brotan guerras, sangre,
desolación; ¿en qué queréis que vea una nación mi alma afligida? ¿Dónde está su
vida, si la muerte me encuentra por todas partes? ¿Dónde ese suelo, si nuestro
pie siempre se hunde? ¿Dónde los gobiernos; que son la expresión social, si el
derecho público sancionó la revolución? Permitidme, señores, que a este
propósito consigne una anécdota de ese pueblo: en una provincia sucedió uno de
tantos trastornos, que hacían las pasiones, y consultado el encargado de
negocios nacionales sobre el particular, respondió: que se considere justa y
legitima la revolución, siempre que la mayoría consintiera en ella. ¡Qué
penuria! ¡qué desolación! ¡Y los pueblos aplicaban sus labios ardientes a beber
esos principios! y ese era el remedio a nuestros males! ¡ah, mi memoria me
recuerda una ciudad sombría, sobre cuyas ruinas emitía un Profeta sus trenos
lúgubres.
¡Pero llega la Constitución
suspirada tantos años de los hombres buenos; se encarna ese soplo sagrado en el
cuerpo exánime de la
República Argentina ! Nuestro pasado reflecta ya sobre
nosotros todas sus glorias; y lo presente abre en el porvenir un camino
anchuroso de prosperidad. A mis ojos se levanta la patria radiante de gloria y
majestad.
Sin embargo, el inmenso don
de la Constitución
hecho a nosotros no sería más que el
guante tirado a la arena, si no hay en lo sucesivo inmovilidad y sumisión;
inmovilidad por parte de ella y sumisión por parte de nosotros.
A la palabra inmovilidad,
que tampoco tomo en un sentido absoluto, muchos de vosotros tal vez os
alarméis; tan vaporosa, tan libre imagináis la República , que la
quisierais siempre desfilando, que fuera siempre una aurora boreal, varia,
inconstante, fugitiva; pero reflexionad, señores, que no hay variedad sin
inmovilidad, como no hay fenómeno sin substancia. ¿Acaso la tierra se
engalanaría de las bellezas de la primavera, de la vegetación del verano;
surcarían su faz majestuosos ríos, y se ostentara tan grande en sus mares,
continentes, e islas, si toda esa magnificencia no basara sobre el inmóvil granito?
¿Seríais vosotros mismos capaces de progresar, habría en vosotros el placer de
la variedad y os pertenecería toda la riqueza de vuestro ser, si no hubiera
algo estable y permanente que reúna en torno suyo el Universo entero y lo
explote?
La vida y conservación del pueblo argentino dependen de que su
Constitución sea fija; que no ceda al empuje de los hombres; que sea una ancla
pesadísima a que esté asida esta nave, que ha tropezado en todos los escollos,
que se ha estrellado en todas las
costas, y que todos los vientos y todas
las corrientes la han lanzado. Renunciamos con justicia a nuestra primera
metrópoli; descabezamos después la
República , y todos los pueblos se precipitan a apoderarse de
la presa; conquistamos la soberanía nacional, después la soberanía provincial;
y si no es la debilidad de nuestras campañas, habríanse erigido en nuestro
suelo desierto cien estados soberanos; destruimos la monarquía, fuimos
republicanos, ora unitarios, ora federales; reacción, anarquía, gobierno de un
año, de dos años; triunvirato; dictaduras, oligarquías ....... ¿ Válgame Dios?,
¡astro apagado que sale de su órbita y lo traspasa todo; tan pronto se lanza en
abismos de obscuridad y de hielo, como cae en los incendios voraces de una
estrella! Como los pueblos hemos ido los individuos reclamando soberanía para
nuestro yo, ¡y ved aquí que cada uno se
hace enemigo de todos! Sobre estas quimeras con melena de león y fuerzas de un
insecto, se precipita una fiera y nos recoge a todos bajo sus garras.
Ahora bien, señores; esto que es nuestra historia;
¿de dónde nace? ¿acaso falta en nosotros algún elemento de orden y vida social?
los Individuos que integramos la
República , o el suelo donde vivimos, ¿tienen algún obstáculo
para elevarse a nación compacta y subsistente? ¿faltan ideas, principios,
fuerza? nada falta, señores, sobra: y sus mismos choques y lo espantoso de sus
trastornos lo demuestran. ¿Cómo nos agitaríamos horriblemente si no hubiera
vida y pujante energía? ¿Cómo hubiera sido tan ardoroso el voto por la Constitución , si no
hubiese honor y principios? Luego, para explotar todo esto socialmente, no
necesitamos ninguna importación, sino contener y ordenar las fuerzas, trazar
alrededor de los pueblos, como de los individuos, una línea insalvable: si la
ley cede un punto a nuestros embates, si no es un baluarte innoble, la sociedad pierde terreno, el interés individual adelanta, y ya
sabéis que ensanchándose hasta cierto grado, entramos en nuestra primera liza,
ya es nuestro campo de anarquía y de sangre.
Me diréis: nosotros queremos progreso, libertad,
porvenir; y lo inmóvil es inerte, lo inmóvil no vive. Pero, señores, los
principios no progresan y la ley en el orden social es como el axioma en el
orden científico: la ley es el resorte del progreso, y los medios no deben
confundirse con los fines. ¡Libertad! No hay más libertad que la que existe
según la ley: ¿queréis libertad para el desorden? ¿La buscáis para los vicios,
para la anarquía? ¡Maldigo esa libertad!
Somos soberanos, me replicaréis; esa ley no es más
que el capital de una compañía: nosotros, socios, disolveremos a placer nuestro
los convenios, los pactos, fijaremos otra base. Hubo en el siglo pasado la
ocurrencia de constituir radical y exclusivamente la soberanía en el pueblo: lo
proclamaron, lo dijeron a gritos: el pueblo lo entendió; venid, se dijo
entonces recuperemos nuestros derechos usurpados ¿Con qué autoridad
mandan los gobiernos a sus soberanos? y destruyeron toda autoridad. ¡Subieron
los verdugos al gobierno: vino el pueblo y los llevó al cadalso, y el trono de
la ley fue el patíbulo... La
Francia se empapó en sangre: cayó palpitante, moribunda...
¡Fanáticos! he ahí el resultado de vuestras teorías. Yo no niego que el derecho
público de la sociedad moderna fija en el pueblo la soberanía:
pero la Religión
me enseña, que es la soberanía de intereses, no la soberanía de autoridad; por
éste o por aquel otro medio toda la autoridad viene de Dios:”Omnis potestas
a Deo ordinara est (4) y
si no es Dios la razón de nuestros deberes no existen ninguno.
No rechazo modificaciones en las leyes por sus
órganos competentes: los tiempos, las circunstancias, el interés común tal vez
lo reclaman; pero si es para ensanchar la órbita de nuestra libertad, por
contemporizar intereses particulares cualesquiera, fácil es prever la eterna
dominación de dos monstruos en nuestro suelo: anarquía y despotismo.
Aun más necesaria es a la vida de la República la sumisión a
la ley, una sumisión pronta y universal, sumisión que abrace desde este momento
nuestra vida.
Sumisión pronta. La acción de la carta
constitucional es vastísima y se halla en oposición casi a toda la actualidad
de la República ;
es una savia que tiene que penetrar enmarañadas y multiplicadas fibras, que
necesita mucho tiempo para vivificar totalmente el sistema: ella es una inmensa
máquina, cuyos últimos resultados presuponen innumerables combinaciones; y
grande y pesada como es, y compuesta en vez de ruedas, de
voluntades, necesita cooperación universal, simultánea y armónica: un momento
después de su promulgación importa su ruina, como un momento que no viva el
hombre el instante siguiente es resurrección, milagro.
Este día me parece semejante al día memorable de los
israelitas cuando, después de setenta años de cautividad, saludaban por primera
vez su patria desierta, cubierta de ruinas y rodeada de enemigos: postrados
bañaron de lágrimas su querido suelo, y levantándose se apresuraron a edificar
sus hogares, alzar el Templo y defender con altas murallas el sagrado recinto
de la ciudad :el sol nacía y se ponía sobre patriotas que con una mano
trabajaban, y con la otra se defendían de sus enemigos.
¡República Argentina! ¡Noble patria! ¡cuarenta y
tres años has gemido en el destierro; ¡medio siglo te ha dominado tu eterno
enemigo en sus dos fases de anarquía y despotismo! ¡qué de ruinas, qué de
escombros ocupan tu sagrado suelo! ¡Todos tus hijos te consagramos nuestros
sudores, y nuestras manos no descansarán, hasta que te veamos en posesión de
tus derechos, rebosando orden, vida y prosperidad! Regaremos, cultivaremos el
árbol sagrado, hasta su entero desarrollo; y entonces, sentados a su sombra,
comeremos sus frutos. Los hombres, las cosas, el tiempo, todo es de la patria.
Sumisión universal, que abrace todos los puntos de
la ley sin exceptuar ninguno. No hay un hombre, que no tenga que hacer el
sacrificio de algún interés; y si cada uno adopta la Constitución
eliminando el articulo que está en oposición a su fortuna, a su opinión o a
cualquiera otro interés, ¿ pensáis que quedaría uno solo? ¿quedaría fuerza
ninguna, si cada uno retira la suya? ¿quedaría en la Carta constitucional la idea
de soberanía que supone, si cada individuo, hombre o pueblo fuese árbitro sobre
un punto cualquiera que sea?
¿Y la
Religión ? me diréis; ¿y la conciencia? ¿Cómo entregaremos a
lo temporal lo que es eterno? ¿Cómo hemos de obedecer a los hombres
primeramente que a Dios? Sosegaos, católicos.
Yo confieso, señores que sería para nosotros, de
indecible satisfacción, si la
Religión , tal cual es en la Confederación Argentina ,
hubiera sido considerada con los respetos que merece. Si sólo las doradas
bóvedas del catolicismo cubrían nuestro
horizonte y hacían el eco sonoro del culto; ¿por qué le nubla? ¿Por qué, cuando
resuena el canto de nuestros himnos, ha de resonar a nuestras puertas el
furibundo eco de la blasfemia? ¿Por qué ha de presentarse al pueblo, que carece
de discernimiento, como un problema nuestra augusta y eterna
Religión? ¿Cómo señores, se entregan nuestras masas a todo viento de doctrina?
¿Por qué la generación presente no ha de tener exclusivamente el derecho de
iniciar a la generación que viene, en sus principios, en. sus creencias,
en sus dogmas; enseñanza sublime que liga a lo pasado con lo venidero y
que concreta en un punto todos los siglos? ¡Ah! ¡Yo junté mi corazón con el
vuestro para lanzar esos gemidos, y con vosotros estrecho
en mis brazos mi Religión, la religión de padres! ¡La Religión de caridad, de
mansedumbre, de castidad de todas las virtudes! ¡La Religión que cortejan
todos los siglos y las más evidentes demostraciones!; ¡que nos
buscó en nuestros desiertos y nos trajo la civilización! y a nombre de esta Religión sublime y eterna, os digo, católicos:
obedeced, someteos, dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.(5).El
poder civil protegía la
Religión , impedía la enseñanza del error, alejaba con su
vibrante espada al incircunciso profanador .... ¿Niega ahora su decidida
protección, deja al descubierto las avenidas del error, guarda su espada? Dejadle, someteos:” Omnis anima subdita sit
sublimioribus potestatibus, non solum propter iram, sed etiam propter
conscientiam”.(6)!Roma
era pagana, era cruel: mataba a los cristianos sin mas delito que ser
discípulos de Jesús!.. Y con todo eso el Apóstol San Pablo decía: “!Civis
Romanus sum ego!”(7) !Y
los cristianos eran los soldados más valientes, más fieles al imperio!, los
cristianos obedecían, respetaban y defendían las leyes de esa patria; y su
corazón eternamente ligado con Dios , era un perpetuo juramento de cumplir esos
deberes. La Religión
quiere que obedezcáis, jamás ha
explotado a favor suyo ni la rebelión ni la anarquía, cuando la arrojaban de la faz de la tierra, se
entraba silenciosa en lóbregas cavernas, en las oscuras catacumbas; y allí era
más sublime, que cuando los reyes la
cubren con su manto de púrpura.
Obedeced , señores, sin sumisión no hay ley, sin
leyes no hay patria, no hay verdadera libertad: existen sólo pasiones,
desorden, anarquía, disolución, guerra y males de que Dios libre
eternamente a la República Argentina :
y concediéndonos vivir en paz, y en orden sobre la tierra, nos de a todos gozar en el Cielo de la Bienaventuranza en
el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, por quien y para quien viven todas las cosas.
AMEN
……………………………………………………………………………………………
NOTAS:
4-
“Omnis potestas nisi a Deo”: no hay autoridad que no provenga de Dios. (San Pablo, ad.Rom. XIII,
v.pág 22
6-
“Toda persona está sujeta a las autoridades superiores... no sólo por temor del
castigo, sino también por
obligación de conciencia”( San Pablo, ad. Rom XIII, 1-5)